La natalidad ante los derechos del niño
Abstract
Analiza el descenso de la tasa de natalidad y el progreso de la humanidad, que crea la
necesidad de mayor cultura y perfeccionar la educación.
El autor señala que Argentina venía experimentando desde hacía un cuarto de siglo,
un descenso gradual de su natalidad. De 40 nacimientos por cada mil habitantes que
ocurrían en 1912, descendió a 25 por cada mil. Ese fenómeno no afectaba solamente
a ese país, era un hecho universal que las estadísticas de todo el mundo venían
comprobando. A muchos sorprendería saber que el descenso de la natalidad se inició
hacía próximamente medio siglo, y el autor considera que ese descenso se produce
en paralelo con el progreso de la especie.
Indica que el planeta no ofrece posibilidades para un crecimiento ilimitado. La
humanidad tiene por delante muchos siglos de vida, pero es fácil deducir que, de
continuar el índice actual de la natalidad, las condiciones de vida llegarían pronto a ser
angustiosas, si no insoportables. Parecería que más tarde o más temprano nuestra
especie debería adoptar un ritmo lento de crecimiento.
Desde comienzos de la edad moderna, algo se produjo que aceleró gradualmente el
ritmo de crecimiento, llevándolo a alturas que culminaron hacia 1880. Desde entonces
viene descendiendo la tasa de natalidad, aunque todavía debe descender mucho más
si la población humana no quiere afrontar problemas graves de subsistencia.
Asimismo, explica que es un hecho que quienes menos se multiplican son los que
viven en la abundancia. Los individuos que incrementan la población son los
proletarios. Cuanto más bajo es el salario, cuanto mayor es la miseria, el número de
hijos procreados es también mayor. Analiza la situación del niño pobre que contribuye
económicamente al sustento familiar. La época de intensa natalidad que todavía
cruzaba el mundo, fue acompañada de uno de los males sociales más graves y que
mejor han demostrado un proceso contrario a las conveniencias de la especie: la
mortalidad infantil.
Entonces se impone la necesidad de prestar más atención a la calidad de la población
que a su cantidad y asentar la organización educacional sobre diferentes bases.
Concluye que la situación contribuye a dar otro sentido al concepto del progreso. Este
no sería sinónimo de una extensión en cantidad, de los bienes humanos a los nuevos
campos abiertos, sino una perfección indefinida de los bienes existentes, en calidad.
Objetivando esta idea en un ejemplo, diría, que el progreso educacional podría no
consistir en la provisión de las bancas, maestros y libros para los miles de niños que
cada año aumentan la inscripción escolar y que demandan un incremento perpetuo de
gastos, sino que se manifestaría en perfeccionar cada vez más los métodos y las
oportunidades, atendiendo a problemas de mejor reajuste escolar, para intensificar el
aprovechamiento que la escuela puede ofrecer.
Pero también acepta la posibilidad inmediata de que Argentina y otros países del
continente americano exijan mayor población de la tienen por el ritmo de su
crecimiento natural y considera que eso sería conveniente para que puedan recibir a
millones de obreros que eran reemplazados en sus trabajos por las máquinas en los
países industrializados. También la segunda guerra mundial podría restaurar en el
mundo la confianza perdida y relegar definitivamente el nacionalismo racial que es un
peligro para los países de inmigración.
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- 1940 [85]