dc.description.abstract | Se revisa la migración rural interna en el Perú, analizando la industrialización y concentración urbana, así como la situación de la agricultura y el ambiente de vida campesina.
Explica que la dirección de las corrientes migratorias estaba dada, entre nosotros, por la industrialización que caracterizaba el momento económico de los países de América Latina. Los migrantes eran los trabajadores de las zonas rurales vecinas que acudían, en mayor o menor número, a la llamada de mano de obra mejor retribuida que las industrias de transformación hacían desde las ciudades en que se implantaban. El éxodo rural afectaba a las conveniencias de la agricultura, y la afluencia de población creaba problemas de concentración urbana. Ambas consecuencias inevitables debían regularse teniendo en cuenta lo que favorece tanto a los intereses agrícola-rurales como a los intereses industrial-urbanos; dicha regulación sólo se podía obtener estimulando los factores de beneficio y controlando los que entorpecen la armonía necesaria para el desarrollo de las dos valiosas fuentes de producción.
Gran número de trabajadores indígenas - algunos investigadores calculan que más de 150,000 - se movilizaban anualmente desde sus lares, contratados o por su cuenta, para ocuparse como braceros en compañías agrícolas de la costa, en asientos mineros o como peones en la construcción de caminos u otras obras públicas. Esas ocupaciones tenían, casi siempre, carácter temporario, porque los indígenas regresaban con sus ahorros para cuidar los intereses que dejaron. Sin embargo, en los últimos años, se observó en ellos una marcada tendencia a establecerse en los lugares de sus nuevos trabajos, después que gustaron los halagos de mejores ambientes y oportunidades.
En el curso del tiempo se produjeron éxodos rurales con abandono total, aunque felizmente transitorios, de algunos valles, motivados por causas cósmicas o climáticas o por graves epidemias. Ejemplos de los más recientes fueron: el de los valles de La Convención y Lares por la malaria en 1933 y el de una sequía en Piura.
El ritmo de la corriente migratoria que se dirigió a Lima desde los campos vecinos, se aceleró notablemente entre 1940 y 1950. En ese tiempo su población tuvo un aumento calculado en 54.5%, creció de 540,100 habitantes a 835,468. El aumento continuó en los años 1952 y 1953. Los datos suministrados por la Dirección Nacional de Estadística revelaron que en el segundo semestre de 1952 el movimiento de pasajeros dejó un saldo para Lima de 75,339 personas. La concentración urbana estuvo íntimamente relacionada con la industrialización. La llegada en gran escala de la mano de obra pesó sobre el mercado del trabajo y dio margen a la desocupación, los problemas de abastecimiento, de alojamiento y de salubridad pública.
Finalmente, señala que la población rural se encontraba muy dispersa, y aún había grandes cultivos extensivos. Esas dos circunstancias entorpecían la acción educadora. La política de restringir el área del territorio intervenido y de fomentar la creación de centros poblados, en lugares estratégicamente escogidos, dotados del máximo posible de recursos para que sean centros de atracción civilizadora, para provocar el repliegamiento de poblaciones rurales, era una política que debía contemplarse dentro del plan de mejorar las condiciones de vida en los campos, tanto por interés del propio progreso de la agricultura como para la elevación del nivel de vida de los que en ella trabajaban y para inhibir, en lo más posible, el éxodo rural, algunas de cuyas consecuencias han sido someramente comentadas. | es_PE |